¿Cómo dirías que es nuestra relación con los demás animales? ¿Dirías que es una relación justa? Si miras a tu alrededor, probablemente puedas ver algún alimento proveniente del cuerpo o del trabajo de algún animal no humano (carne, leche, huevos, miel…), o quizá tejidos de origen no humano (cuero, lana, seda…). Quizás puedas ver paseando a personas montadas a lomos de un caballo o una yegua o fotografías de galgos y galgas utilizados en carreras contra su voluntad. El especismo, la opresión que sufren los demás animales simplemente por no pertenecer a nuestra especie, es la causa de este trato discriminatorio.

Antropocentrismo

Para hablar del especismo, tenemos que explicar primero qué es el antropocentrismo, ya que ahí encuentra sus raíces y justificación.

El antropocentrismo es un concepto filosófico o idea que considera al ser humano como centro de todas las cosas y fin absoluto de la naturaleza. El antropocentrismo ha sido una idea dominante desde la formación de las primeras civilizaciones. Es un pensamiento que surge con más fuerza a partir del Renacimiento y como evolución del monoteísmo, heredado de la religión cristiana (Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Génesis, Capítulo 1, versículo 1.26). A partir de la Época Renacentista, el ser humano se convierte en la medida de todas las cosas y los demás seres vivos son solo meros objetos de consumo, experimentación y análisis científico.

Consecuencia inevitable de la creencia antropocéntrica es el especismo. Este término fue acuñado por primera vez en 1970 por el psicólogo Richard Ryder. Se trata de  una forma de discriminación basada en la pertenencia a una especie. Actualmente se define especismo como un sistema de opresión (un mecanismo estructural que perpetúa, ejecuta y oculta la violencia hacia colectivos oprimidos a través de normas, discursos, relatos y símbolos hegemónicos transmitidos a través de la educación, los medios de comunicación, las convenciones socioculturales, las leyes… y cuyos efectos son visibles en todos los ámbitos de una sociedad), en lugar de como una simple «discriminación».

Como era de esperar, la especie humana, en su mayoría, pensamos que merecemos más respeto debido a nuestra superioridad. Los criterios en los que nos basamos para defender esa supuesta superioridad son de lo más variopinto y arbitrario: desde la inteligencia, al tipo de relaciones sociales que se establecen, pasando por cuestiones metafísicas, la posesión de un alma, etc. Todos bastante fáciles de rebatir a poco que nos enfrentemos a esta cuestión sin miedo a perder los privilegios que nos hemos otorgado desde hace miles de años.

Antiespecismo

Denominamos el antiespecismo como la contra posición del especismo. Es considerar que el ser humano no es el centro de las cosas o la naturaleza, simplemente es una parte más. Por lo que el «derecho vital» de consumir y explotar animales no humanos pierde todo su sentido, dado que esa «superioridad» desaparece. El antiespecismo no solo rechaza toda discriminación generada por el especismo, sino que se opone a todos los actos, ideas o comportamientos que se reproducen a través de él. Es decir, desde el lenguaje, como por ejemplo calificar animales según el uso humano, «animales de granja», hasta la explotación y/o asesinato de los mismos para generar alimentos, vestimenta o entretenimiento.

Unos de los marcos teóricos donde se ve reflejado o se apoya el antiespecismo es el sensocentrismo.Es un planteamiento ético que afirma que todo ser sintiente, con sistema nervioso central, merece respeto moral. La capacidad de sentir abre paso a la consciencia, permitiendo experimentar sensaciones, emociones y/o sentimientos y tener intereses (necesidades y deseos) e implica valorar estos intereses de manera igualitaria respecto a los intereses de los demás seres conscientes.

Origen, asentamiento y debate del especismo

En el artículo “La Cuestión de los Animales. Descubriendo las raíces de nuestra dominación sobre la Naturaleza y de los unos sobre los otros”, Jim Manson explica cómo algunas teorías localizan el origen del especismo aproximadamente hace 10.000 años, justo cuando el Homo sapiens comenzó a tener visión agrícola, apartándose por primera vez de la naturaleza y viéndose como agente externo. A partir de ahí se expandió y se fue asentando. De este modo, cuando empezó la historia escrita, esta percepción ya estaba muy desarrollada, cogiendo fuerza en Grecia, Roma y los grandes imperios. Algunos teóricos defienden que fue la fundación del cristianismo y el judaísmo lo que transmitió la idea de que la especie humana tiene un dominio sobre la naturaleza, pasando a ser esta percepción un pilar fundamental en nuestras sociedades occidentales.

Después de siglos manteniendo animales en granjas, se ha conseguido tener un control absoluto en sus procesos vitales. Al reducirles a la sumisión física, poco a poco, las personas terminan infravalorándoles también a nivel psíquico. Domesticando a ciertos animales es como se empieza a despreciar al resto, y a la naturaleza en general, porque se comienza a ver a los animales salvajes como plagas y a los agentes de la naturaleza como una amenaza. Con el desarrollo de la ganadería vino la desvinculación humana con la naturaleza, que alteró y transformó de forma vertical la relación con el resto de especies. Al someterlas, se llevó a cabo una relación de poder, esclavizándolas y destruyendo el equilibrio natural.

Podríamos hacer un análisis detallado de las principales líneas argumentales que defienden el especismo, pero no es el objetivo de esta web. Nos limitaremos a afirmar que no hay ningún criterio éticamente relevante que justifique que los animales no humanos no merezcan respeto y libertad (criterio racional se entiende, obviamente sobre fe no discutimos). El especismo se ha intentado argumentar desde diferentes ángulos, principalmente siguiendo la torpe estrategia de buscar una cualidad que tengamos todos los seres humanos y ningún otro animal y edificar sobre ella un discurso de superioridad. A día de hoy son ya insostenibles este tipo de planteamientos, y al final acaba siendo una cuestión de honestidad reconocer que los demás seres sintientes también tienen intereses y que estos intereses deben ser tenidos en consideración al menos tan en serio como queremos que se tengan en consideración los nuestros.

Mecanismos de educación especista

El hecho de que, como sociedad, tengamos tan asimilado el especismo no es sorprendente. Desde muy temprana edad y a lo largo de todas nuestras vidas se nos enseña el papel que juegan los animales no humanos en el universo: son propiedades que existen para ser utilizadas con el objetivo de satisfacer nuestras necesidades e intereses, y sus vidas tienen valor o no en función de la utilidad que podamos sacar de ellos.

Por ejemplo, en los libros de texto infantiles no es poco común encontrarse ejercicios que consistan en “unir” a un animal no humano con el producto que “da”. “Los cerdos dan jamón”, “las vacas dan leche”, “las gallinas dan huevos”, etc. Pero no se nos enseña que son seres sintientes, emocionales, sensibles y con personalidades únicas a los que les gusta jugar, saltar, acicalarse y formar relaciones con sus semejantes. Tampoco se nos muestra cómo se le corta el cuello a una cerda colgada de una pata, o cómo es necesario separar a las terneras de sus madres para robarles su leche, o cómo malviven las gallinas en las explotaciones avícolas. Es decir, no se nos enseñan las consecuencias nefastas que el especismo tiene sobre los demás animales por el mero hecho de no pertenecer a nuestra especie.

Los relatos y discursos hegemónicos especistas establecen y consolidan normas de poder y determinan lo que es verdad y lo que no; o lo que puede ser pensado y dicho y lo que no. Alejan el debate social sobre la legitimidad de la supremacía humana y de la consideración moral hacia los animales no humanos y ocultan la explotación animal a nivel discursivo. Por ejemplo, los mitos sobre que es necesario comer carne para alimentarse de forma saludable, que la caza es necesaria para el equilibrio de los ecosistemas o que los toros no sufren en las corridas son mitos que sustentan, legitiman y ocultan las violencias especistas.

Para que estos relatos hegemónicos funcionen es importante que exista un alejamiento, tanto físico como psicológico, de los animales no humanos que sufren las consecuencias del especismo. A nivel físico, el ejemplo más claro es el alejamiento y la inaccesibilidad física de los centros de explotación y de lo que sucede en su interior (alejarlos de los núcleos de población, utilizar una señalización ambigua, una seguridad relativamente intensa, etc.). A nivel psicológico, nos alejamos de los animales no humanos convirtiéndolos primero en objetos (objetificación), y más tarde en productos totalmente desligados del individuo de los que provienen, de forma que cuando consumimos un huevo no tenemos que pensar en el sufrimiento que se ha infligido a un ser sintiente para conseguirlo.

Fuentes

Especismo y lenguaje

Nuestra forma de hablar está impregnada de los valores tradicionales de la sociedad en la que hemos crecido. El caso del especismo no es diferente y así podemos encontrar multitud de expresiones, refranes y frases hechas que reflejan las diferentes maneras en que violentamos y sometemos a los demás animales. [1] Algunas de las principales maneras en que el especismo se manifiesta en el lenguaje son las siguientes:

  • Denigrar a los demás animales. La utilización de nombres de animales como insulto tiene su origen y contribuye al mantenimiento de la ficción de la superioridad humana. Por ejemplo, buitre, cerdo, rata, zorra.
  • Cosificar a los demás animales, reforzando la separación conceptual entre animales humanos y animales no humanos. Se priva a los demás animales de su condición individual y se les otorga un tratamiento lingüístico más cercano al de los objetos. Por ejemplo, hablar de pescado en lugar de peces o ganado en lugar de vacas, ovejas, etc.
  • Ocultar y/o normalizar las diferentes formas de explotación animal. Abarca desde la creación de palabras que hagan más “aséptica” la descripción de los procesos, hasta expresiones que hacen que las violencias nos parezcan más “familiares” y aceptables. [2] Por ejemplo, llamar planta procesadora de carne a un matadero en que se asesina, trocea y empaqueta los trozos de los cuerpos de los animales, o expresiones del tipo “matar dos pájaros de un tiro” o “coger al toro por los cuernos”.

Es especialmente notorio en este campo el trabajo de investigación y divulgación realizado por Joan Dunayer [3], en especial su obra “Animal Equality: Language and Liberation” (2002), además de numerosos artículos en diferentes publicaciones y páginas web.

Fuentes

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