La entomofagia (ingesta de insectos, arácnidos o artrópodos en general) no es habitual en la mayoría de los países occidentales, pero sí en muchos países de América Central y del Sur y Asia. [1] Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), existen más de 1.900 especies de insectos consideradas comestibles, de las que se alimentan 2.000 millones de personas a nivel global. [2] Dado nuestro contexto y situación geográfica, en este apartado nos vamos a centrar en el territorio europeo, particularmente en el Estado español.

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Historia de la entomofagia

Desde que existe la especie humana, esta siempre se ha alimentado de insectos, al carecer en un inicio de herramientas para cazar animales más grandes o de técnicas de cultivo, por lo que existen referencias de entomofagia en todo el mundo, incluida Europa. En la Grecia antigua, por ejemplo, consumir cicadas se consideraba una exquisitez, como dejó constancia Aristóteles en su obra “Historia Animalium” (384-322 a.E.C.). [3] Aun así, en algún momento de la historia el consumo de insectos se convirtió en tabú en la dieta occidental, probablemente coincidiendo con la expansión de la agricultura y la ganadería, que sustituyeron la caza y la recolección como principal fuente de alimento. Al disminuir el consumo de insectos y aumentar el consumo de otros animales considerados ganado, comenzamos a percibirlos menos como alimento y más como plagas o vectores de enfermedades.

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Legalidad en la UE

A pesar del tabú, hoy en día cada vez está tomando más fuerza la idea de que una solución viable para asegurar un futuro próspero para Europa es empezar a pensar en los insectos como una posible fuente de proteínas y grasas. En 2013 la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) publicó un informe que daba a conocer los supuestos beneficios para los seres humanos y para el planeta del consumo de insectos e instaba a la regularización de esta práctica. [4] En el informe se argumenta, entre otras cosas, que el consumo de insectos podría llegar a ser una solución sostenible y más saludable que la ganadería tradicional al problema de alimentar a una población creciente.

En enero de 2018 entró en rigor el Reglamento (UW) 2015/2283 de nuevos alimentos, que establece la normativa para la comercialización de lo que elles llaman nuevos alimentos o novel foods (todo alimento que no haya sido utilizado en una medida importante para el consumo humano en la UE antes del 15 de mayo de 1997). En este catálogo de nuevos alimentos se incluyeron por primera vez los insectos, lo que abría las puertas a una posible comercialización a gran escala de insectos para consumo humano en la UE. Para que un “nuevo alimento” pueda ser aprobado para su comercialización para consumo humano debe seguirse el procedimiento de autorización, que puede incluir o no una evaluación por parte de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA).

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En enero de 2021 la EFSA declaró que el consumo de gusanos de la harina (las larvas del escarabajo Tenebrio molitor) es seguro en seres humanos. [5] Esto no significa que la comercialización de este insecto ya esté aprobada en la UE; el asunto está actualmente en manos de la mesa de los Estados miembros, que tendrán que votar en un plazo de siete meses si se permite o no su comercialización.

Es la primera vez que la EFSA publica una evaluación completa sobre un insecto como “nuevo alimento” desde la introducción del Reglamento (UE) 2015/2283 y muy probablemente no será la última, ya que recibe solicitudes de evaluación de insectos con cierta frecuencia.

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Legalidad en el Estado español

En el Estado español a nivel alimentario se sigue el marco legislativo europeo, así que la venta de cualquier especie de insectos para consumo humano está completamente prohibida. Por una moratoria establecida por el Reglamento (UE) 2015/2283, hasta finales de 2019 estaba permitida en el Estado la comercialización de insectos procedentes de Bélgica, Austria, Finlandia, Dinamarca, Reino Unido y Holanda, pero actualmente ya no se permite bajo ninguna circunstancia. Sí se permite su cría y comercialización para alimentar a animales considerados exóticos y aquellos explotados en la ganadería o la acuicultura.

Pese a este marco legislativo, el negocio de la cría y compra/venta de insectos está creciendo a un ritmo relativamente acelerado. [6] Dentro del Estado existen varias empresas que se dedican a criar, comercializar y/o promover el consumo de insectos, entre ellas MealFood Europe, BioFlyTech, Entogourmet, Levifood o Nutrinsect. Su labor se centra sobre todo en procurar que poco a poco la idea de consumir insectos se vaya normalizando en la sociedad (insistiendo en que en el futuro será lo normal, en que sus propiedades nutritivas son excelentes, en que será una solución milagrosa al cambio climático…), en presionar a los gobiernos para que permitan y regulen su comercialización, y en criar y vender insectos como alimento para animales no humanos. Proteinsecta también imparte cursos, publica guías y ejerce de consultora para cualquier empresa que quiera introducirse en el sector. Por otro lado tenemos a la Asociación Profesional Nacional para la Promoción, Innovación y Desarrollo de la Insecticultura en España (Aproinsecta) que, como su nombre indica, es una asociación de empresas del sector que tiene como objetivo potenciar el desarrollo de esta industria en el Estado español.

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La sintiencia de los insectos

Todavía no existe un consenso científico sobre la cuestión de si los insectos sienten dolor o no. Desde luego es una idea que muches investigadores se resisten a aceptar o a planteársela siquiera, debido al clásico miedo a “antropomorfizar”, tan presente en la comunidad científica.

Podríamos citar muchísimos estudios que han demostrado o apuntado a la posibilidad de que los insectos sienten dolor, pero no lo vamos a hacer, ya que también existen estudios que apuntan a lo contrario. Por ejemplo, mientras que muchas especies muestran conductas de escape al ser dañadas, así como otras conductas asociadas al dolor como frotarse la parte afectada o mostrar mayor cautela posteriormente; en otras especies esto no ocurre. Este es el caso de, por ejemplo, las mantis que se siguen apareando aunque su pareja se esté comiendo su cabeza o el de algunas especies que se siguen alimentando aunque hayan sufrido daños graves. Al fin y al cabo, los insectos forman parte de una clase de animales extremadamente diversa, con aproximadamente un millón de especies descritas y varios millones (la cifra varía según las estimaciones) no descritas, por lo que es arriesgado realizar afirmaciones contundentes que se apliquen a todas ellas. [7]

De todos modos, la resistencia a aceptar la posibilidad de que los insectos sientan dolor nos recuerda demasiado a lo que ha ocurrido históricamente con otros animales de los que también se creía que eran incapaces de sentir dolor, como los peces o incluso el ganado terrestre. Esto puede deberse a que para la comunidad científica sería muy difícil aceptar a nivel moral que ciertos seres sobre los que se realizan actos terribles (la experimentación científica en insectos es muy común) sienten dolor. Es decir, la mayor parte de investigadores tienen un conflicto de intereses que sesga, no sólo los resultados de las investigaciones, sino también cómo se presentan e interpretan estos resultados o directamente lo que se decide investigar y lo que no. También sería difícil asumir las consecuencias morales de aceptar la sintiencia de los insectos para la sociedad en general, ya que es de lo más común aplastarlos, rociarlos con insecticida o, como hemos visto, utilizarlos como fuente de alimento. Es importante que recordemos que los seres humanos siempre hemos tendido a minusvalorar la capacidad de sentir de los demás animales, y que el argumento más utilizado por quienes los asesinan o se benefician de su asesinato es que “en realidad no sufren”, por muy evidente que sea su reacción al ser dañados. Esto sucede precisamente porque tanto las personas que explotan animales como la sociedad en general tenemos una serie de intereses y sesgos que nos hacen pensar así. Es más fácil justificar la explotación y la violencia hacia alguien si creemos (o hacemos creer a les demás) que en realidad ese alguien no está sufriendo.

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En nuestra opinión, aunque no exista un consenso científico sobre la sintiencia de los insectos, lo más seguro sería aplicar el principio de precaución y actuar como si lo sintieran. [8] Entendemos la necesidad de esperar a tener pruebas sólidas para poder hacer afirmaciones contundentes, pero en la práctica no hace falta que exista una evidencia que demuestre al 100% la capacidad de sentir dolor de alguien para decidir que es mejor no hacerle daño. Al contrario: a menos que la idea de que los insectos son autómatas completamente incapaces de sentir dolor esté probada sin dar pie a ningún tipo de duda, lo más seguro es actuar con precaución y evitar dañarlos. También deberíamos considerar si la incapacidad de un ser de sentir dolor físico justifica que lo mutilemos: cortarle las patas a una mosca, a un cerdo o a una gallina anestesiados, para quienes escribimos estas líneas no sería menos reprobable que hacérselo a los mismos animales sin anestesiar.

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Condiciones de vida y sacrificio

Si los intereses de los animales no humanos son ignorados sistemáticamente, en particular los de los insectos mucho más. En la mayoría de países no existe ninguna ley de bienestar que regule el trato y las condiciones de cría, transporte y sacrificio de animales invertebrados (con la excepción de los cefalópodos en Canadá o la UE [9]). Esto se debe a la presuposición de que los animales invertebrados no sienten dolor emocional ni físico, así como a la mala imagen que tienen los insectos en nuestra sociedad, a menudo considerados molestias o plagas peligrosas.

A nuestro modo de ver, es importante que documentemos y denunciemos las condiciones en las que los insectos explotados en granjas son obligados a vivir, al igual que hacemos con otros animales como los cerdos o las gallinas; no para promover una explotación “ética”, sino para ser conscientes de la gravedad de su situación.

A nivel legal encontramos pocos ejemplos de leyes que regulen las condiciones en las que se cría y asesina a insectos. La directiva 2010/63/EU del Parlamento Europeo requiere que los animales no humanos utilizados para investigaciones o cualquier otro propósito sufran el mínimo dolor posible y que se utilicen los animales con menos capacidad de sentir siempre que sea posible. Sin embargo, esto solamente se aplica a animales vertebrados. Los animales invertebrados, con la excepción de los cefalópodos, no están incluidos, por la presuposición de que no son capaces de sufrir.

En 2013 en los Países Bajos se hizo efectivo el Animals Act 2011, una ley que regula las condiciones en las que los animales son criados y asesinados para el consumo humano. [10] Dicha ley está basada en la European Animal Health Law, con la diferencia de que la neerlandesa incluye a 29 especies de insectos. Aun así, las regulaciones de “alojamiento y cuidado” y técnicas de reproducción” no se aplican en dichas especies ya que, según se argumenta en la ley, “su bienestar no es medible”.

Actualmente los métodos más comunes de asesinato en las granjas de insectos son la congelación y la congelación en seco. También es común hervirlos, rociarlos con agua caliente, aplastarlos mediante centrifugación, quemarlos o triturarlos. Además, es habitual la comercialización de insectos aún vivos para servir de cebo de pesca o de alimento para reptiles, aves y peces.

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