Los peces y otros animales acuáticos son seres con capacidad de sentir y de sufrir. Sin embargo, padecen las consecuencias del especismo de una manera particular. No sólo no son tenidos en cuenta como individuos, sino que, además, muchas veces no son ni siquiera tenidos en cuenta como animales. A su cría en cautividad se le suele denominar “cultivo”, sus capturas y muertes se cuentan por toneladas, y es frecuente que se incluyan en alimentos o dietas falsamente denominadas “vegetarianas”. Sin embargo, lo que habitualmente conocemos con nombres genéricos como “pescado” o “marisco” (denominaciones que no nos gustan porque son categorizaciones especistas que definen a estos individuos únicamente por la utilidad que los seres humanos podemos sacar de ellos) incluye millones de individuos de cientos de especies diferentes, cada uno con sus particularidades, y cuya explotación genera tanto o más sufrimiento que la de los animales terrestres.

En lo que se refiere a la alimentación, los productos obtenidos de animales acuáticos pueden provenir de la pesca o de la acuicultura.

La pesca

La pesca es la acción de sacar del agua y capturar peces y otras especies acuáticas para el consumo humano. Se trata de una de las primeras actividades económicas desarrolladas por el ser humano, teniendo en cuenta que las bases de la alimentación prehistórica se realizaban a nivel individual y familiar, por contacto directo con la naturaleza.

Jo-Anne McArthur / We Animals

En el mundo de hoy es preciso distinguir entre la pesca de manutención y la comercial:

  • Pesca de manutención. se efectúa al margen de cualquier estructura del mercado. Su único objetivo es satisfacer las necesidades alimenticias inmediatas de determinados grupos humanos con escasa o nula organización económica, y se desarrolla de forma primaria. Algunos pueblos indígenas de regiones árticas, tribus africanas y oceánicas, colectividades asiáticas, etc. realizan este tipo de actividades pesqueras.
  • Pesca comercial. Es la actividad pesquera efectuada con fines de beneficio comercial, en el mayor de los casos de forma industrializada. Cuenta con el mercado como institución de tráfico y posee una amplitud y alcance sustanciales. Su trayectoria es altamente destructiva y viene determinada por la relación directa entre tres factores: las demandas de consumo, la política pesquera internacional, y la actividad de las corporaciones multinacionales, siempre en conflicto con explotaciones pequeñas.

Fuentes

La acuicultura

La pesca de cultivo es la que aumenta la producción de peces interviniendo en su hábitat. La piscicultura emplea concentraciones de peces o crustáceos más amplias criándolos en piscinas; conteniéndolos en las áreas que son productivas naturalmente utilizando jaulas, corrales o redes; proporcionado las estructuras para que puedan sujetarse los animales no móviles, como las ostras, e introduciendo los peces o crustáceos a los hábitats naturales (sembrando los arrecifes, estableciendo áreas de crianzas de almejas, etc.). En las piscifactorías, los animales suelen estar hacinados, se les suministran fármacos y alimentos para su engorde y sufren por falta de oxígeno, lesiones, infecciones, etc.

Jo-Anne McArthur / We Animals

Aparte del sufrimiento que genera a los individuos, la acuicultura se suele presentar como una alternativa sostenible a la pesca, pero nada más lejos de la realidad: toneladas de peces son capturados en el mar para alimentar a individuos más grandes encerrados en las granjas de engorde. La pesca intensiva de los últimos años ha acercado a muchas especies a los límites de la extinción, y la acuicultura ha sacado provecho de ello. Un claro ejemplo es el del atún rojo, uno de los casos más críticos, cuya captura en el año 2009 en la Unión Europea superaba 3 veces lo recomendado para su recuperación. [1] Cuando el atún rojo comenzó a escasear en el medio salvaje, se empezó a criar en granjas de engorde. En este tipo de explotaciones, peces atrapados en su medio natural son encerrados y hacinados hasta que alcanzan el tamaño óptimo para su comercialización. En 2011, se anunció que por primera vez se había conseguido criar atún rojo en cautividad, sumándose así a muchos otros seres que nacen, crecen, son manipulados y asesinados en piscinas, sin haber conocido nunca la libertad ni haber desarrollado una vida y unas relaciones naturales.

Las limitaciones a las capturas impuestas por la Unión Europea, supuestamente permitieron que en la temporada de 2014 se recuperase la población de atún rojo. [2] Cuando esto sucede, sirve de pretexto para que tanto pescadores como empresas de engorde soliciten un aumento de sus cuotas. También sirve para demostrar que la conservación de las especies les interesa única y exclusivamente para poder seguir explotándola, y que no existe ninguna consideración por los peces como individuos.

En cada uno de los pasos del proceso de acuicultura (exterminio, engorde, cría y cautiverio) hay millones de individuos afectados, tratados como números y objetos, sometidos a la privación de libertad, el sufrimiento y la muerte.

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Sufrimiento

A pesar de lo que se suele pensar, la pesca somete a los animales a un gran sufrimiento. En la pesca de arrastre, por ejemplo, los peces son remolcados durante horas, golpeándose con rocas, hacinados con otros individuos, etc. Al ser elevados a la superficie, (normalmente con potentes bombas de succión) sus órganos internos se ven afectados por la rápida descompresión, sus globos oculares pueden llegar a estallar, y sus vísceras pueden salir por la boca. En las almadrabas, los grandes peces son retenidos mientras los pescadores les agreden cuerpo a cuerpo o desde el barco con todo tipo de instrumentos punzantes, para luego ser izados con enormes ganchos mientras aún están vivos. Muchos animales son destripados o troceados cuando todavía están conscientes, o pasan horas de agonía hasta que mueren por asfixia. Otros llegan vivos al restaurante, especialmente en los países asiáticos, o incluso al plato (como las ostras y algunos peces); y gran parte de los crustáceos pasan terribles experiencias hasta terminar cocinados vivos en agua hirviendo.

Sebastian Pena Lambarri
Los peces

Para la mayor parte de nuestra sociedad es difícil empatizar con los peces, dado lo diferentes que son de nosotras y el hecho de que viven en un medio tan distinto. Son unos seres realmente desconocidos para nosotros. Mucha gente piensa que los peces no sienten, no tienen memoria o son tontos. Pero la realidad es muy diferente. Estos animales, dependiendo de la especie, pueden ser capaces de reconocer a más de un centenar de individuos durante meses, y aprender en quién confiar, a quién temer, con quién emparejarse y con quién competir. Además, son, al igual que la mayoría del resto de especies, animales sociales: al perder la compañía muestran signos de depresión como aletargamiento, palidez o caída de aletas.

Como seres sintientes, poseen la capacidad de sentir dolor tanto físico como psicológico. Cuando están heridos presentan fuertes movimientos musculares, jadeos o incluso, si el dolor es muy intenso, pueden cambiar de color. Las heridas causadas por los anzuelos les provocan un gran sufrimiento físico, llegando a preferir padecer hambre que alimentarse y sentir dolor. Cuando son sacados del agua, sienten miedo, estrés y dolor de una manera similar a los mamíferos.

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Otros habitantes del mar

Aunque no podemos abarcar aquí a todos los animales afectados, y a pesar de que no existe un consenso en la comunidad científica, hay numerosos estudios que avalan que otros animales marinos tienen la capacidad de sentir dolor y emociones desagradables.

Robert Elwood, un profesor de conducta animal en la Queen’s University de Belfast que se dedica a torturar a crustáceos y estudiar sus reacciones, ha publicado investigaciones en las que concluye que las formas en las que reaccionan van más allá de un simple reflejo y se ajustan a todos los criterios del dolor. [3] [4]

El zoólogo Jaren G. Horsley, experto en invertebrados, asegura que “las langostas poseen un sofisticado sistema nervioso que, entre otras cosas, les permite percibir y sentir acciones que las lastimen” [5]. Estos animales, que suelen ser troceados y hervidos vivos en las cocinas, en su vida natural pueden llegar a vivir cien años, tienen relaciones sociales complejas y duraderas, utilizan un elaborado sistema de señales para comunicarse, gestan a sus hijas durante 9 meses al igual que las humanas, y poseen capacidades de las que nosotras carecemos, como percibir las sustancias químicas del agua con sus antenas.

Determinados moluscos, como los pulpos y las sepias, suelen tener cerebros muy grandes. Tienen sentidos muy desarrollados que compensan su falta de oído, tienen una gran memoria y capacidad de aprendizaje. No sólo disponen de terminaciones nerviosas, sino que los cambios radicales en su entorno les pueden producir estrés y sufrimiento.

En cuanto a los moluscos bivalvos (almejas, mejillones, etc.) la información es escasa. Ya que su sistema nervioso no es central, sino formado por ganglios y cordones, se suele argumentar que no tienen capacidad para sentir dolor o que ésta no se puede demostrar. En cualquier caso, su consumo en nuestra sociedad no responde a una necesidad real (podemos vivir sin alimentarnos de ellos). Ante la duda, su posible interés por vivir y no sufrir está por encima de nuestro interés por su sabor. Nos posicionamos, por tanto, éticamente en contra de alimentarnos de estos animales.

Otros habitantes del mar

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