Una de las consecuencias de la compra de animales es su posterior abandono, cuando se convierte en un estorbo o una carga. Unos 100.000 perros y 35.000 gatas son abandonados en España cada año. Al día se recogen unos 370 animales entre perras y gatos. Estos datos son muy impactantes, más aún si tenemos en cuenta que estos a su vez tendrán camadas, si no lo evitamos. El abandono para estos animales supone un choque emocional impresionante. Ellas no saben que ha pasado para acabar ahí. Es muy fácil saber cuándo un perro ha sido abandonado, se ha perdido o simplemente está lejos de su “dueño”. Una perra abandonada está desorientada, camina sin rumbo, tiene miedo… pero a la vez sus ojos no paran de buscar entre la gente o entre los coches.
Estos animales suelen acabar en perreras. En la mayoría de estos centros se practica la eutanasia apoyándose en la superpoblación y en la imposibilidad de coger a todos los animales que les llegan, por lo que estos animales suelen ser sacrificados al mes de su estancia allí. Algunas, si son viejas o presentan alguna enfermedad, son eutanasiados antes. Otras, por muy enfermas que estén, permanecerán allí el tiempo que se les queda hasta su muerte sin recibir tratamiento médico.
En algunos casos, los animales abandonados acaban en protectoras, centros que los recogen pero no los eutanasian. Para en estos centros es imposible acoger a todos los que llegan, ya que las adopciones son muy pocas y, al no haber salida de animales, éstos se hacen mayores y se reducen con ello las opciones de ser adoptados. De este modo se forma un bucle que da lugar al estado en el que están la mayoría de las protectoras: reducidas adopciones y animales que permanecen años bajo su custodia -algunos incluso llegaron de cachorros y terminan allí sus vidas, sin haber conocido nunca una familia.
Los abandonos a veces se realizan en carreteras o ciudades. Los principales motivos de abandono suele ser el comportamiento del animal, cambio de piso, nacimiento de un hijo o el fin de temporada de caza. Las técnicas de abandono de los cazadores suelen ser distintas. Entre las menos crueles está el abandono de individuos jóvenes que no les sirven para la caza a los que aún no han puesto el chip con los que se les localizan e identifican. Una vez que les ponen el chip, las opciones recurrentes para deshacerse de estos animales son: cortar el cuello y sacar el chip, o matarles y quitarles el chip. Cuando el animal es mayor y lo abandonan después de haberles servido para la caza, los cazadores que según ellos querían al perro, les “regalan” un tiro, y le ofrecen una muerte rápida. Si merecen o no esta muerte, se determinará en función de cómo valore el cazador la labor del animal. Pueden ahorcarles de un árbol poniéndoles un palo abajo o tocando el suelo con una pata para que no mueran en el momento, o lo atarán a un árbol dejando la cuerda unos centímetros más corta del sitio donde les ponen comida y agua para que se ahorquen ellas.